Zarpa de Trucha se movía inquieto en el centro del campamento, las zarpas de sus patas enterrándose en la tierra arenosa. Sentía un nudo en el pecho mientras observaba la campiña del Clan del Viento, recordando las enseñanzas de su primer mentor, ese gato sabio y experimentado que lo había guiado desde el primer día de su entrenamiento. Aunque le emocionaba la posibilidad de convertirse en guerrero, había una sombra en su corazón, una punzada de tristeza y nostalgia que no podía evitar. El viento soplaba suavemente, haciéndole parpadear y sacudiendo su pelaje gris moteado. Su mirada amarilla se posó en la Roca Alta, el lugar del cual había soñado tantas veces escuchar su nuevo nombre. Pero, al mismo tiempo, ese sueño se mezclaba con el recuerdo de las palabras de su mentor anterior, de su paciencia y firmeza. Era difícil pensar en pasar este día tan importante sin su guía.

Estaba tan absorto en sus pensamientos que no se dio cuenta de que Lágrima Ambarina se acercaba hasta que percibió su olor familiar. Volteó rápidamente, esforzándose por mantener una expresión despreocupada, aunque sus orejas traicioneras seguían gachas.

—¡Lágrima Ambarina! — exclamó, tratando de sonar animado, aunque su voz temblaba ligeramente—. Hoy es... bueno, ya sabes... el día.— Dijo algo nervioso con una ligera carcajada.

Su mirada bajó, y en ese momento, la tristeza volvió a asomarse en sus ojos. —Solo... no puedo dejar de pensar en él. En todo lo que me enseñó. Él debería estar aquí también.

El día tan esperado por su pequeño aprendiz había llegado, como era de esperarse, al llegar a unos pasos ligeramente lejanos del joven gato, consiguió distinguir el nerviosismo y ansiedad a lenguas de distancia.

Pero el aroma de la añoranza, sensación de perdida y nostalgia , fue lo que abrumó el ambiente conforme se acercaba al grisáceo. Una mueca de leve malestar se dibujó en sus fauces tan pronto pudo visualizar la expresión de tristeza reflejada en unos solos momentos en los ojos del aprendiz.

No lo culpaba en lo absoluto por sentirse así, ni mucho menos lo juzgaba por ello, después de todo sabía muy bien la relación de su joven aprendiz con quién había sido un mentor. La perdida de un guía, sentimiento de ausencia de un maestro no era un dolor tan común al ser comparado con el de una madre o un padre, pero seguía doliendo como si así lo fuera.

Después de todo, un mentor resultaba como un segundo guardián, un protector que podía hacer el trabajo de cuidar y trasmitir a su vez su experiencia y conocimientos a los más jóvenes. La pérdida de algo así podría dejar un duelo igual de cruel que el de un familiar.

Pero ese día era importante, si, lo era para ella ella, y principalmente para su aprendiz, pues de este examen diría si está listo para dar el siguiente paso o si no.

Dejando de divagar en su sobrepensamiento, se detuvo a lado del más pequeño, abriendo las fauces para hablar, sin embargo no esperaba que Zarpa de Trucha la notase primero y fuera el iniciante de la conversación.

Asintió en silencio en una forma de saludo silencioso. Y como si el joven felino hubiese leído sus pensamientos de duda y preocupación hacia él, rápidamente había intentado disimularlo, lo que llevó a que sintiera una pizca de compasión por el más joven.

La gata se acercó dándole un pequeño frote de mejillas y sonriéndole con dulzura, una silenciosa muestra de apoyo y consuelo para el más joven.

— Está bien, Zarpas de Trucha, no te preocupes .— masculló.— Estoy segura que tú mentor está aquí, te está observando y está evaluando desde el manto plateado cada una de tus habilidades y aprendizajes que has adquirido.

Aseguró con seguridad, dando un suave lametazo, seguido de dar media vuelta y tomar dirección a la salida del campamento, yendo a un trote no muy veloz, para permitir que el contrario la siguiera.

— Ahora no te preocupes por ello, es hora de que finalmente podamos observar los frutos de tu esfuerzo y voluntad de aprender, y pronto, si consigues pasar la prueba... Podrás volverte un guerrero digno y honrado, y darás el orgullo a tu mentor desde las estrellas.

Zarpa de Trucha se quedó inmóvil al sentir el roce de la mejilla de Lágrima Ambarina y el toque de su lengua, esos gestos de apoyo que, aunque sencillos, lograban calmar la tormenta de emociones en su pecho. Sus palabras llegaron a él como el murmullo del viento en la noche, llenándolo de un calor que no había sentido desde que su mentor se había ido al manto plateado.

Mientras ella hablaba, algo en su interior se alivió. Por un momento, cerró los ojos y respiró profundamente, imaginando que su mentor, desde las estrellas, estaba ahí, observando con su expresión orgullosa, como siempre hacía cuando Zarpa de Trucha superaba algún reto.

Cuando Lágrima Ambarina se giró y comenzó a trotar hacia la salida del campamento, Zarpa de Trucha la siguió, esforzándose por mantener la cabeza en alto, imitando el porte confiado de los guerreros veteranos. Sin embargo, a cada paso que daba, la emoción y la inquietud crecían en su pecho, recordándole que este no era un día cualquiera. Era el momento de demostrar cuánto había aprendido, tanto de su primer mentor como de Lágrima Ambarina, quien lo había guiado pacientemente en su dolor y crecimiento.

Al trotar junto a ella, intentó mantener el silencio, aunque en su mente pasaban cientos de preguntas. De pronto, no pudo resistir y habló, su tono era bajo, como si estuviera compartiendo un secreto.

—¿Crees... crees que logre hacerlo bien? No quiero decepcionarlos... ni a él, ni a ti.

Visualizó al aprendiz por el rabillo del ojo, sin detener su andar rumbo por los matorrales en camino a lo más alto de los pastizales donde podría dar inicio al exámen.

—Hey, no te enrolles en tu propia telaraña de preocupaciones, Zarpas de Trucha— Replicó, dando un pequeño empujón con el omóplato contra el omóplato del aprendiz.— Has entrenado duro durante estás lunas, estoy segura que no me decepcionarás. Ni a mi…—. Hizo una breve pausa, alzando su mirada hacia el cielo.— Ni a él.

Afirmó, dando un suave ronroneo de consuelo, antes de volver a centrar su atención en el camino, puesto que el primer lugar al que vino a su mente fue la madriguera abandonada. Ese era el sitio más adecuado para la prueba final.. y en parte, el más seguro para su aprendiz.

— Bien, Zarpa de Trucha; como sabrás, has cumplido las lunas suficientes para comenzar a honrar a tu clan como uno más de la fila de honorarios guerreros.—...—Pero para ello debes demostrar que cumples con lo necesario para ser digno de tu nombramiento

Mantuvo el silencio por unos momentos y renaudo. — Por eso, bajo la atención de tus ancestros y de mi debes de cumplir con una breve evaluación.— Explico, rápidamente antes de permitirle responder al más joven.

— Tendrás que cazar mínimamente tres presas. Te encargarás tu solo de cumplir con esa misión, y nos reencontraremos en la madriguera Abandonada, ahí estaré esperando para evaluar tu cacería.

Maulló, relajando ligeramente su expresión y dándole una sonrisa amistosa y calmada al felino grisáceo. — No te preocupes, todo irá bien, confía.— Aseguró, seguido dando un par de pasos atrás y sonriendo con desafío. — ¡Vamos! ¡Tu evaluación comienza ahora!

Zarpa de Trucha sintió el empujón de Lágrima Ambarina y dejó escapar un resoplido, mitad sorpresa, mitad diversión. Sus palabras, firmes pero reconfortantes, lograron arrancarle una pequeña sonrisa. Al escuchar su ronroneo, notó cómo la pesada niebla de preocupación que había cargado todo el día comenzaba a disiparse lentamente. Sin embargo, la seriedad volvió rápidamente cuando ella explicó la prueba.

El joven aprendiz asintió solemnemente, sintiendo un nudo de anticipación en su estómago. Tres presas, y solo él para atraparlas. Un desafío digno de un guerrero en ciernes, pero también una prueba que lo colocaría bajo la mirada de sus ancestros.

Miró a Lágrima Ambarina justo antes de que ella se alejara hacia la madriguera abandonada. Su mirada estaba llena de determinación ahora, con un brillo desafiante en sus ojos amarillos.

—¡Tres presas, entendido! —exclamó, enderezando su postura mientras la veía partir—. ¡No te haré esperar mucho!

Sin perder tiempo, Zarpa de Trucha giró sobre sus patas y se adentró en los pastizales, sus zarpas ligeras apenas hacían ruido al moverse por la hierba alta. Mientras avanzaba, sus sentidos se agudizaron, sus orejas giraban constantemente en busca de cualquier crujido o susurro que indicara la presencia de una presa. Sabía que este era su momento para brillar, para demostrar que no solo estaba listo, sino que también podía honrar el legado de su mentor y el esfuerzo de Lágrima Ambarina.

Sus pensamientos se centraron en su misión, dejando atrás la tristeza. Ahora solo había un objetivo claro: cazar. Con cada paso, su confianza crecía. Zarpa de Trucha estaba listo para mostrar de qué estaba hecho.

El miembro 'Zarpa de Trucha' ha efectuado la acción siguiente: Lanzada de dados

---

'Acción' :

Zarpa de Trucha se movía con cautela entre los altos pastizales, sus ojos amarillos escudriñando cada rincón en busca de movimiento. Sabía que no podía permitirse errores, pero la emoción de la caza, combinada con los nervios del examen, hacía que su corazón latiera con fuerza.

El primer rastro llegó rápidamente: un leve crujido en la hierba a su derecha. Bajó el cuerpo, moviéndose con cuidado hasta que vio una pequeña liebre pastando despreocupada. Zarpa de Trucha dio un salto calculado, pero en el último segundo la liebre alzó la cabeza, escuchando algo que él no. La presa huyó a toda velocidad, dejando al joven aprendiz con las zarpas vacías.

Bufó, frustrado, pero no se dejó vencer. Siguió avanzando, recordando las palabras de Lágrima Ambarina. "Confía", se repitió.

Un rato después, detectó una musaraña moviéndose cerca de unas raíces expuestas. Esta vez, se acercó con más cuidado, asegurándose de mantener el viento a su favor. Esperó el momento perfecto, y cuando atacó, logró atrapar a la pequeña criatura entre sus dientes. Sintió una chispa de orgullo mientras la enterraba para recogerla después.

Sin embargo, su siguiente intento fue un desastre. Encontró un pájaro que picoteaba semillas cerca de un claro. Zarpa de Trucha se posicionó, pero su cola, en un movimiento nervioso, golpeó una ramita, haciendo un ruido que asustó al ave. El pájaro levantó vuelo, dejando al aprendiz maldiciendo su torpeza.

—¡Rayos! —susurró, tensando las mandíbulas.

Con solo una presa en su haber, el tiempo corría. Sus pasos lo llevaron hacia un pequeño estanque donde un ratón bebía agua. Zarpa de Trucha se escondió entre los juncos, sus ojos fijos en la presa. Esta vez, la caza fue precisa. Su salto fue certero, y el ratón no tuvo oportunidad de escapar. Dos presas. Pero aún faltaba una.

Decidido a completar la prueba, localizó un conejo joven descansando bajo un arbusto. Esta sería la definitiva, la que lo llevaría al éxito. Pero en su prisa, al avanzar para posicionarse, su pata resbaló en una roca suelta. El conejo salió disparado, perdiéndose entre la maleza.

Zarpa de Trucha se quedó quieto, respirando con fuerza mientras observaba el lugar donde había desaparecido su última oportunidad. Dos presas. No había alcanzado el objetivo.

Suspiró, recogiendo sus capturas y comenzando su camino hacia la madriguera abandonada. Aunque sabía que no había fallado por completo, el peso de la decepción lo acompañaba con cada paso. ¿Qué diría Lágrima Ambarina?

Había visto cada uno de los movimientos y acciones que tomó su joven aprendiz para evaluar su tecnica y habilidades que aplicó durante la caza.

Por mala fortuna del aprendiz, la primera presa resultó en una breve humillación y una clase de burla a la velocidad del felino.

El siguiente en la lista resulto una musaraña que no obtuvo mucha suerte, pasando esta a lado del gato que en un movimiento limpio dio muerte sin dolor al roedor.

Pero la fortuna no duro por mucho, quiza era por el notorio nervios que emanaban del más joven, provocando un error que le costó la pérdida nuevamente de una presa valiosa que escapó de sus zarpas antes de atraparla.

Agitó los bigotes con leve angustia, temiendo por que la confianza de Zarpa de Trucha se tambaleara, y eso pudiera ocasionar aún más errores que podrían costarle una evaluación completa.

Continuó siguiendo desde las sombras al felino grisáceo, escabulléndose entre las sombras y pasando por desapercibida a través de la hierba del terreno para no distraer a Zarpa de Trucha de su próximo objetivo.

El siguiente objetivo resultó en un ratonsuelo distraído, quién no pudo hacer nada en contra del ataque fugaz y preciso de su aprendiz, provocandole un ronroneo aprobatorio. Pese a ello, la satisfacción no duró demasiado al presenciar la última demostración que no resultó en mucho más que una decepción más para el joven felino.

Suspiro pesadamente, preparandose para hacer frente y dar los malos resultados de la prueba.
—Hiciste un buen trabajo, Zarpa de Trucha.— Comenzó, manteniendo una mirada ligeramente endurecida, pero no por decepción ni algo similar, si no porque estaba reflexionando sobre sus palabras.— Sin embargo , me temo que no es suficiente... has fallado la prueba

Replicó, miro a los ojos del aprendiz, percatandose de esa mirada de desilusión, brindo una mirada silenciosa de disculpas, pero seguido rápidamente se apresuró a agregar, —No te preocupes, tendrás otra oportunidad. Mañana al salir el alba, iremos a entrenar tecnicas de combate. Quiero que me muestres tus habilidades en la lucha, quien sabe, quizás seas pésimo cazador, pero seas un luchador increíble—

Animó, dandole un suave golpe con la cola en el flanco trasero del menor, brindando una sonrisa pequeña con intención de reconfortar.

Zarpa de Trucha cargaba las dos presas en su boca, pero el peso que sentía en su pecho era mucho mayor. Las palabras de Lágrima Ambarina resonaban en su mente mientras regresaba al campamento: “has fallado la prueba”. Aunque su mentora había intentado animarlo, la vergüenza ardía como fuego bajo su pelaje. Sabía que no todos los aprendices lograban pasar a la primera, pero eso no suavizaba el golpe.

Al cruzar el túnel de brezo hacia el campamento, evitó las miradas curiosas de los demás aprendices y guerreros. Apenas, dejó las presas en el montón y se dirigió rápidamente hacia la guarida de los aprendices. No quería hablar con nadie, no quería que le preguntaran cómo había ido.

Se dejó caer pesadamente sobre su cama de musgo, encogiendo las patas bajo su cuerpo mientras enterraba la cabeza entre ellas. Cerró los ojos con fuerza, intentando ahogar los pensamientos de lo que había salido mal. El eco de la liebre escapando, el crujido de la ramita que alertó al pájaro, el conejo que desapareció entre la maleza... cada imagen se repetía en su mente como un cruel recordatorio.

Con un bufido, golpeó el musgo con la cola antes de finalmente quedarse en silencio, dejando que el cansancio del día lo arrastrara al sueño.