Lo que solía suponer esa sensación de desprotección enervante, a veces venía con el regalo de la tranquilidad si se tomaba desde una perspectiva diferente. Y en ese momento, con el distante sonido de los grillos escondidos entre la maleza del bosque y la suave brisa que corría por el campo desnudo, Pluma de Miel respiraba más tranquila que en su propio hogar.
El sonido del caudal más adelante era tenue, pero perfectamente audible en el silencio parcial que ofrecía la noche. Sabía a donde se dirigía, pero no temía en su avance, disfrutando del cielo estrellado sobre su cabeza.

Quedaba poco tiempo para la siguiente asamblea.
Le resultaba casi surrealista. La primera mitad de la luna se le había hecho larguísima, pero la segunda mitad había transcurrido más veloz que un rayo en la tormenta. Sabía que todo se debía a la rápida sucesión de cosas que se habían dado por ese tiempo, y que sólo parecieron calmarse una vez se empezó a acercar esta fecha especial.
Se preguntaba cómo les habría ido a los demás clanes; pero, sobre todo, le preocupaba que les hubiera ido mal por culpa de otros. Demasiados gatos indignados y de poca confianza en un solo sitio, para su gusto.
Por ello, las noches que precedían al encuentro multitudinario, la curandera del Clan del Trueno habituaba a salir a despejar su mente y calmar el estrés. Lo que fue un consuelo tras su primera noche en su cargo, se había convertido en un ritual.

La frontera con el Clan del Río se presentaba tan serena como siempre. Podía dar fe de ello, pues solía ser su lugar favorito para sentarse y reflexionar. Tirar sus preocupaciones al río, que la lenta corriente de la Hoja Verde se las llevase hasta tierras desconocidas, fuera del alcance de los cuatro clanes.
Sus patas la llevaron hasta la orilla, hundiéndose levemente en la arenilla y las molestas piedrillas que daban inicio al cauce del río. La atigrada brincó hacia una piedra medio sumergida en el agua, y un agradable escalofrío la recorrió de patas a cabeza cuando el fresquito le entró por las almohadillas. Tan bien se estaba que permaneció quieta en el sitio, disfrutando de las sensaciones, hasta que el paso del agua entre sus dedos se le empezó a hacer monótono.

Entonces, su mirada ambarina se dejó guiar por el aletargado fluir del agua, iluminada sólo por la luz de la luna sobre su cabeza. Y, siguiendo un destello, se topó con la cima dos piedras más, que sobresalían del agua a unas colas de distancia. Era un poco arriesgado… Pero no era como si fuese a caerse en aguas salvajes, además de que no era una inepta, ¡claro que la habían enseñado a nadar!
Dándose un impulso hacia adelante, Pluma de Miel se vio abrazada por el agua a su alrededor, que tiró del largo pelaje en su panza. Pero ella ni se inmutó, aprovechando la dirección de la corriente para nadar hacia adelante, y que esta la llevase a la siguiente piedra.
Le apetecía llegar al otro lado del río, aunque luego fuese a dar la vuelta… O bien podía aprovechar para ojear lo que el clan vecino tenía de hierbas por sus periferias. Ya decidiría.

Despacio, pero sin pausa, la atigrada fue avanzando en el agua, dando brazadas cortas y usando su cola como freno para que la corriente no se la llevase. Así llegó a la primera roca sin interrupciones, apoyando todas sus patas sobre su superficie lisa para descansar el esfuerzo del primer trayecto.
No sabía cómo era que el clan vecino podía hacer eso todos los días, con lo rápido que se cansaba una. Pero, como todo había que decirlo, admitiría que era bastante agradable… Sólo cuando no había alguien gritándote al otro lado del río, claro.
Porque Pluma de Miel había estado tan distraída dándole un par de lametones a su pecho, que el bramido en la orilla al frente la hizo dar un brinco del susto. Y, consecuentemente, la llevó a resbalarse de la piedra en la que estaba subida.

—¡Ay, AY! —su voz se vio agudizada por el pánico que la consumió esos primeros segundos de chapoteo frenético. Logró aferrarse de vuelta a su resbaladizo salvavidas, aunque no sin antes estresarse tras varios intentos fallidos—. ¡La gata que te parió! —exclamó tras tomar una buena bocanada de aire—. ¡Si estoy en el río! Estará en vuestro nombre, pero marcas no tiene por ninguna parte, que yo sepa —protestó una vez tuvo oportunidad de levantar cabeza.

Buscó a la desconocida entre la oscuridad de la noche, aunque le costó más de lo que habría esperado de un gato del Clan del Río. Allí donde buscaba un pelaje plateado, fácil de situar bajo la luz de la luna, tan sólo pudo encontrar una figura fina y de un color marrón irregular que, tras una breve inspección, determinó que no era el color original de esta gata que se presentaba ante ella.

—¿Y tú de dónde sales? —saltó al momento, con una reacción que le salió del alma—. No sabía que los gatos del río trabajaban hasta tan tarde… Si parece que te ha pasado un nubarrón por encima— poco podía criticar ella, que no se diferenciaba tanto de una rata mojada con todo su pelaje pegado al cuerpo, chorreante. Aún así, le pareció una imagen un tanto extraña.

Ups, pillada.
La felina entrecerró los ojos en un gesto receloso, que se vio traicionado por las esquinas de su boca, apenas capaces de resistir una sonrisilla humorada por la absurdez de su propia excusa. ¡Tenía que centrarse! Sus intenciones tenían que quedar atrapadas en su mundillo mental, pero jamás reflejadas para cualquier otro...
Aunque, si se le permitía el atrevimiento, diría esta gata no tenía mucha pinta de querer tirarla de las orejas por ello. Esa era la sensación que le transmitía verla dándose un chapuzón a poca distancia de donde ella estaba situada, incluso tomándose la libertad de devolverla la pullita… A la que razón no le faltaba, siendo honestas.
Resopló, aprovechando el momento para salir a un cúmulo de piedras más cercanos a la orilla que le pertenecía al clan de la “guerrera”; lo suficiente para poner sus patas en una superficie seca, pero no para considerarse una intrusión directa. Entonces sacudió su pelaje, mandando gotitas de agua disparadas a todos lados, fuera de los recovecos de su pelaje para que este pudiera ganar un poquito más de volumen. El resto, se lo encargaría a la brisita agradable que fluía con el río y refrescaba bajo los mechones mojados de su pecho.

Libre de la mugre que antes cubría su cuerpo, Pluma de Miel observó aquel manto tricolor con interés. Definitivamente, no era lo que se esperaba de un gato del Clan del Río, pero la variedad hacía el encanto en un clan, ¿no?
Y, si bien no se tragaba la trola, era tentador creer que había un poquito de verdad en ella, con lo reluciente que se veía bajo la tenue luz blanquecina sobre sus cabezas.

—Aah, sabes quién soy entonces —sonrió ladeadamente, gratamente sorprendida—. Quién me iba a decir que me reconocerían fuera de mis cinco esquinas de bosque...

A ojos de una experta, más que no darse cuenta, lo difícil sería pasar por alto las heridas que irrumpían en la impecable imagen de Zarpa Soleada. Sintió curiosidad por ellas, más aún cuando parecían relativamente recientes... ¿estarían relacionadas con lo desaliñada que había aparecido al principio?

—Hoy me apetecía salir a caminar para despejarme un poco. Y pues vine aquí, vi el agua y no me pude resistir —inclinó la cabeza, buscando un ángulo para verla mejor—. Nunca antes me he encontrado a nadie a estas alturas de la noche, y mira que siempre vengo antes de las asambleas. Me ponen de los nervios, ¿a ti no? —de cautela había que tener un mínimo que a la atigrada no le faltaba. Sin embargo, pecaba de valiente cuando se trataba de otro gato con el que, en teoría, se podía razonar.

La curandera del Trueno se quedó mirando fijamente a la tricolor cuando saltó con el tema de Estrella Rota. Ya no observando sus heridas, ni siquiera de una forma que diera indicios de que empezaría a espumear por la boca como dijera algo malo de su líder… Oh, no, no. Si acaso sería todo lo contrario, pues tuvo que contener una risa al escuchar el término que decidió utilizar.
¿Peculiar?
¡Peculiar era lo que le parecía ella! Aunque no con la misma denotación que le quería haber dado al líder, que se le había visto bien en la cara. Era… Peculiar en un sentido que aún estaba por decidir si era bueno, o simplemente neutro.

—¿Tanto le pesaría a Estrella de Serpiente encontrar una curandera en su río? No sé pescar, y tampoco creo que vaya a venir un ratón hasta la frontera y me vaya a saltar a la boca —replicó, asentándose en la piedra y pegando su estómago en ella para quedar su cabeza más cerca del agua—. Lo hago por la noche porque es cuando no pasa nadie, que es la gracia. Pero oye, si me descubren, me descubrieron… Como lo has hecho tú ahora mismo, que no me estoy resistiendo.

Pasó su pata por el agua, creando pequeñas ondas de interferencia en la superficie en movimiento del río, guardando una pequeña pausa antes de añadir:

—Entonceeess, ¿Me vas a echar de tu territorio? ¿O te puedo preguntar por esos rasguños? —echó su cabeza hacia atrás—. No te miraba porque no seas gris, por mí como si fueras verde chillón… Pero es que se nota que no te los han curado. Qué, ¿algún encontronazo con un compañero?

Pluma de Miel no estaba muy interesada en formar amistades con gatos de otros clanes. Solía mantener sus conversaciones breves en las asambleas, y solía evitar encuentros cuando salía en busca de hierbas medicinales.
Pero, ya que la había pillado en una noche en la que no tenía propósito ni rumbo, supuso que no estaría mal variar un poco. Era poco probable que volviese a encontrarse con aquella “guerrera”, así que poda aprovechar la oportunidad para liberarse un poquito sin consecuencias.

Vaya, así que la paz de aquella noche dependía de una amenaza de castigo.
“Qué suerte la mía…”, pensó para dentro con una pizca de disgusto. No apreciaba a los chivatos… No los soportaba en su clan, ¡los iba a soportar en otros! Aunque supuso que esta vez podría pasarlo, teniendo en cuenta que estaba metida en territorio del Clan del Río y, en caso de reportarla, la tricolor sólo estaría haciendo su trabajo.
Suficiente favor le estaba haciendo con no meterla un zarpazo en la cara, la verdad. Y no sólo eso, sino que también estuvo dispuesta a compartir con ella la razón de sus heridas.

Los orbes melados de la curandera se abrieron como platos.
¿Esta era la gata que le había mandado un rasguñado Estrella Rota a su guarida? Sabía que a él poco le habría dolido el hecho, pues tan sólo pudo sacarle que había tenido un encontronazo en la frontera antes de darlo por curado y mandarlo de vuelta a sus cosas. No había pensado nada en particular al respecto, pero tener a la responsable ante ella le daba un poco de perspectiva.
Se quedó mirando a la contraria por unos segundos, preguntándose a sí misma el valor que le estaba dando a aquello que, por origen, debía defender. Aunque, al final, no llegó a mucho.

—Está vivo, ¿no es así? —maulló tras la pausa—. Está vivo, y sé que no ha perdido vidas porque sino me hubiera enterado. Estrella Rota no necesita que yo le defienda, además que yo creo que ya has recibido suficiente escarmiento con esas heridas... ¿Es por eso por lo que no te dejan salir del campamento? ¿Para que no te vuelvas a enzarzar con él, o algo?

No quiso, pero Pluma de Miel no pudo evitar soltar una risilla mientras hablaba. Se imaginaba a la gata saliendo disparada de vuelta a la frontera, reclamando la revancha al líder atigrado como si fueran un par de cachorros peleados por un trozo de musgo.
Le parecía lo suficientemente digna como para no cometer semejante tontería, pero tan sólo pensarlo le despertaba el humor.

Ah, sí. Ahí iba otra vez la cuestión de su ocupación. Sólo que esta vez era pasable, pues la felina del Río no estaba poniendo su valía como tal… No como otros.
Además de que podía entender que, a simple vista, podía no resultar una curandera promedio. ¡Sin ofensa alguna, conste! Pues no era algo que quisiera aparentar.

—Pfff, pues perdóname por no tener patas de r- —quiso empezar con otra pulla bien cargadita de estereotipos, pero la intervención de la aprendiza la hizo pausar momentáneamente. Nada, lo suficiente para mirarse a si misma y luego de vuelta hacia Zarpa Soleada.

En respuesta la recomendación, Pluma de Miel se tiró al suelo… y se acomodó. Ahí, que se le pegase bien la arenisca y la tierra mojada al pelaje.

—Sé pelear, lo básico de defensa y luego un par de cosas para ir a matar —maulló, volviendo al tema—. Los curanderos no entramos en los problemas entre guerreros, pero siempre hay alguno con carroña por corazón que no respeta esas cosas, y una tiene que saber cómo salir de esas… Además de que hay criaturas aún peores por ahí que un gato —negó con la cabeza—. Perros, tejones, aguiluchos… Zorros.

La gata bajó la mirada hacia sus propias patas. Retrajo sus dedos, extendió sus garras.
Tantas cosas que podían hacerles daño fuera de sus clanes, y aún así se empeñaban a pelearse entre iguales. Quizás no lo entendía porque era curandera y su trabajo era todo lo contrario a lo que muchos glorificaban, pero le parecía contraproducente.
En fin. Detallitos.

—Pero eso… Que sí sé pelear un poco. Nadar ya es otro mundo… ¿Es verdad que los gatos del Clan del Río tenéis las cositas estas que tienen las ranas en las patas? Para nadar mejor —estiró el cuello para mirar a la tricolor. Ahora ya no lo emplearía como broma ofensiva… Sino como duda, así para comprobar la veracidad de los rumores que corrían por su propio clan.

Pues, sin duda, le parecía que tenía unas patas muy bien cuidadas, pero no sabía exactamente lo que había estado esperando. Podía ver alguna rareza en su forma… Pero tampoco algo extraordinario como lo que iban cantando por ahí.
Lo que sí le pareció un deleite fue la reacción de la gata al verla mancillando su largo y bonito pelaje… ¡palabras de la tricolor, no suyas! Le parecía una escena de lo más surrealista, una “guerrera” del Clan del Río tan ocupada en librarla de la tierra que ella misma se había puesto por encima como si fuera lo normal de una buena noche de Hoja Verde.

Pluma de Miel tuvo la decencia de sacudirse cuando Zarpa Soleada se alejó a tomar la piña, apoyando sus patas y sentándose propiamente en el sitio. Observo, no sin los ojos bien abiertos por la sorpresa, como la gata utilizaba la piña para cepillar el pelaje de su cola; y, si bien consideró quitársela de golpe, le pareció una técnica tan original que se quedó absorta en el gesto.
Oh, vaya que si iba a tomar nota. Adiós a horas y horas de mordisquear los nudos.

—Pero, ¿dónde has estado tú toda mi vida? —maulló sonriente, deslizando su cola fuera del alcance de su acompañante y pasando su zarpa por el pelaje desenredando, apreciando la textura—. Sé cómo cuidar de mis almohadillas… Pero esto de la piña es un invento.

Subió su mirada hacia la joven con intención de elogiar sus conocimientos un poquito más, pero un movimiento en las periferias de su campo de visión llamó su atención. Al fijarse, vio un pequeño destello oscuro alejarse, por lo que asumió que no fue más que una presa; pero nadie la iba a quitar la rapidez con la que sentía los latidos en su pecho, su corazón achuchado por el susto de ser descubierta por alguien más.
Porque una estaba bien, pero dos ya eran multitud. Más aún si era alguien que no iba a ser tan agradable como la gata ante ella.

—Gracias —espiró, relajándose—. Aunque me temo que no me va a durar mucho. Me tengo que mojar de nuevo para cruzar de vuelta… Lo que debería ser pronto —suspiró, obligándose a levantar el trasero—. Tengo una cachorra que perdió su cola hace poco y no quiero dejarla sola mucho tiempo.

Era una razón de peso, a parte de la inquietud que aquella alimaña le había inducido.
La curandera echó un vistazo a sus espaldas, aunque no supo muy bien por qué. El río seguía allí, y lo iba a tener que cruzar, porque no se iba a evaporar.

—Ha sido un placer conocerte —hizo una breve reverencia—. Pero no te entretengo más. Tengo la sensación de que nos volveremos a ver, así que… Ya me contarás —esbozó una amplia sonrisa antes de dar media vuelta y avanzar hacia el río.

Sí, es cierto que estaba tratando de mantener un aire serio al despedirse.
Sí, también es cierto que se le arruinó cuando, pisando en una piedra mojada, casi se resbala y se parte el hocico. Pero al final no fue, así que echó un vistazo rápido hacia atrás, hizo una mueca, y siguió con lo suyo.
Por suerte para ella, las piedras en este lado de la orilla entraban un poco mejor al río, permitiéndola brincar de una a otra antes de zambullirse al agua y cruzar al otro lado sin demasiada dificultad. Y una vez en tierra firme, volvió a mirar al otro lado del río, levantó la cola en señal de despedida, y desapareció en las lejanías del bosque.