Blima de Fuego se encontraba dando un paseo matutino fuera del campamento del Clan de la Sombra, debía regresar luego de una caza exitosa, con una rana entre sus fauces. Disfrutaba mucho desde pequeño la belleza del bosque, de la luz del sol entre las ramas de los árboles. Lo hacían sentir en casa, un sentimiento que quizás no muchos asociarían con su Clan, pero poco le importaba. Estaba en la plenitud de su vida, incluso le habían asignado un aprendiz antes de lo esperado, que aunque tenía dificultades también tenía potencial, su mente divagaba un poco, debía admitir que hoy todo lucía tan pintoresco..

De repente, un aroma invadió su nariz sin posibilidad de escapatoria: ''Un zorro'' pensó. Se acercaba muy rápido, parecía hasta enfurecido. No le quedaba más opción que revisar, una criatura tan peligrosa rondando cerca era como una receta para el desastre. Entonces, Blima de Fuego se apuró a rastrearlo mientras se agazapaba con cuidado, dejando la presa enterrada para más tarde, y con el pelaje erizado su nariz detectó el inconfundible aroma. Entre la maleza llegó lo suficientemente cerca como para observarlo, definitivamente era un zorro grande y pudo sentir sus gruñidos acompañados de una extraña espuma, pensando su próximo movimiento, descuidó el crujido de una rama bajo sus patas lo que inmediatamente alertó al animal que iba acercándose a pasos agigantados, ahora persiguiéndolo.

Corrió en la dirección contraria esperando así alejarlo, pero no pudo prever las fauces del depredador tomando su cola y jalándola con fuerza. Tratando de evitar una catástrofe se aferró lo más que pudo a pesar del dolor notando que el zorro lo arrastraba más debajo, entonces, en un acto de pánico se volteó para tratar de apuntar un zarpaso a su hocico - ahora se hallaba a centímetros de los dientes de su enemigo. El animal, ahora con una gran herida sangrante, pareció enfurecerse aún más, mientras Blima de Fuego escapaba a sus intentos de mordida rodando de lado a lado conforme podía, el cansancio se apoderaba de él. Zarpasos consecutivos volaban por los aires, patadas y mordidas, pero ninguna tan letal como la que lo tomó del cuello y lo dejó allí, sin vida, cercano a su hogar aunque jamás regresaría.