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Ambientación
Estación de la Hoja Caída ⸺ 19°C a 10°C
Los colores del paisaje comienzan a volverse anaranjados y marrones, y las hojas de los árboles comienzan a desprenderse de las ramas, cayendo sobre los territorios del bosque. Los guerreros se ponen más malhumorados de lo normal cuando sienten las frías brisas recorrer sus espinas, con la premisa de una estación más dura que la anterior. Incluso los Cuatro Árboles, que usualmente imponen respeto, ahora lentamente dejan caer sus hojas ante la mirada del Clan Estelar, quien está seguro que esta estación será dura para sus clanes, pero nada fuera de lo normal.Cola Floral soltó un largo suspiro y pareció enmudecer. Pequeña Jazmín se acercó al rostro de su madre, agazapada 《Ya casi puedo sentir que esta guarida se está quedando pequeña para mí, ¡Pronto seré una guerrera!》pensaba la cachorra mientras sacudía su cola. Una vez estuvo cara a cara con su madre, Pequeña Jazmín susurró: —¿Estás despierta? —unos segundos pasaron y no recibió respuesta por parte de la reina.
La cachorra sonrió maliciosamente y se dirigió hacia su hermana, mordiéndole la oreja en un arrebato de energía.
—Venga, Florecita. Ya se durmió profundamente, debemos salir antes de que despierte... aunque, ¿Adónde?— terminó en un susurro. Su pequeña cola se erizó cuando llegó la idea a su mente— ¡Tenemos que ir a visitar a Pluma de Miel! Cola Floral dice que algún día, alguna de nosotras será su aprendiz, ¡Y te apuesto que seré yo!
Su mirada se ensombreció por unos instantes, antes de sentir cómo la sangre le latía en las orejas. Sacudió la cabeza y se dirigió nuevamente hacia su hermana.
—Apuesto a que soy más rápida que tú. —Masculló la cachorra, saliendo disparada hacia la salida de la maternidad, sin reparo alguno. Pequeña Jazmín se lanzó al claro del campamento, sintiendo cómo la tierra bajo sus patas era cálida gracias al sol que brillaba sobre ella. Sus pupilas se dilataron con emoción, viendo el claro frente a ella. Tanto movimiento, tanta vida, toda la aventura real ocurría fuera de la maternidad.
Tenía miedo de alertar a su padre de su presencia, por lo cual al pasar junto a la guarida del líder, se agazapó y bajó el ritmo. Tras terminar de rodear la Peña Alta, retomó su camino hacia la guarida de la curandera.
—¡Pluma de Miel! ¡Pluma de Miel! —La llamó entre jadeos al pasar por la entrada de su guarida.
Última edición por Pequeña Jazmín el Vie Jun 21, 2024 4:56 am, editado 1 vez
— I hear those eyes, and I see those cries. I can't be the only one who hears you. Tears falling down at the party, saddest little baby in the room. #849E7B
Florecita sintió una suave calidez en su pecho al ver a su madre caer en un sueño profundo. Escuchar a su hermana y a su mamá hablar le causaba una agradable combinación entre emoción y calma, sobre todo calma. No pudo contener un pequeño bostezo antes de que Pequeña Jazmín le diera un mordisco a su oreja y le ofreciera salir de la guardería. En un parpadeo, su hermana desapareció, dejándola atrás.
Florecita, tambaleándose sobre sus diminutas patas, dejó salir un maullido de queja —¡Espérame!— y corrió tras ella. La inmensidad del "mundo" la intimidó, causando que se agazapara, escondiendo su cola bajo las patas. Dando cortos pero rápidos pasos, buscó con la mirada algún rastro de su hermana. Para un ser tan pequeño e inocente, es fácil perderse incluso en su propio hogar. Y no ayuda estar sin compañía.
Su corazón se agitó levemente, hasta que pudo localizar la guarida de la curandera, Pluma de Miel. Finalmente, se dirigió a esta, soltando un pequeño suspiro de alivio. En lugar de entrar de lleno, asomó lentamente su cabeza, posando apenas una pata delantera en la entrada de la guarida. Observó con curiosa atención el interior de la guarida, y luego dirigió su mirada a su hermana. Aún tímidamente, decidió entrar y quedarse a su lado.
Última edición por Florecita el Mar Jun 25, 2024 6:15 am, editado 2 veces
Podría ser lógica de viejo, eso levantarse al alba y luego irse a dormir a penas entrada la noche; pero cuando tus pacientes diarios eran (en su mayoría) de la tercera edad, una acababa acostumbrándose a sus horarios… ¡Hasta el punto de compartirlos!
En aquella hermosa mañana de la Hoja Verde, Pluma de Miel se encontraba de pie ante la intimidante pared agrietada de su guarida, contemplando el desastre.
Porque el buen tiempo iba a su favor, sin pacientes a los que atender en el interior de su guarida gracias al buen clima que la Hoja Verde traía consigo. Pero eso no era un permiso para holgazanear, y menos con el montón de reservas que había estado juntando en los primeros días de la estación y que ahora se veía con necesidad de ordenar de una vez por todas.
No más procrastinar, no más distracciones y definitivamente no más-... Espera. ¿La estaban llamando?
La curandera se giró, divisando un par de bolitas peludas que cruzaban la entrada en carrerilla.
—Pequeña Jazmín, Florecita, ¿Qué ha pasado? —se acercó a las pequeñas con paso ligero y tono preocupado.
El Clan del Trueno llevaba una época de tranquilidad, suficiente para bajar un poco la guardia. Pero, aún así, no pudo evitar sentirse nerviosa al verlas entrar con aparente urgencia, ¡y encima solas!
¿Qué hacían estas dos sin su madre? Una punzada de temor presionó en el pecho de la atigrada.
—¡Pluma de Miel! —repitió su llamado— ¿Verdad que nos tomarás como tus aprendices?— La cachorra dejó de jadear y se acercó triunfante hacia la curandera, frenando en seco cuando estuvo delante de sus patas.
—Cola Floral dice que, debemos de ser tus aprendices a toda costa —maulló con admiración, como si la palabra de su madre fuese traída por el mismísimo Clan Estelar— ¡Los he oído! A Estrella Rota y Cola Floral. Estrella Rota dice que seremos guerreras, pero mamá dice que ser curandero es mucho más seguro —musitó ahora, como si hubiese perdido el interés.
—Pero yo no quiero nada seguro, quiero aventuras ¡Y cicatrices! Le mostraré a todo el mundo que puedo llegar a pelear mejor que cualquier zorro pulgoso, ¡Eh, mira esto, Pluma de Miel! —Dicho eso, se abalanzó sobre su hermana nuevamente, dejándola en el piso con dificultad. Volvió a morder su oreja con empeño, tirando de ella— ¡Toma esto, guerrero del Clan del Río! Las Rocas Cálidas son nuestras—sus pupilas se dilataron con la emoción del juego, y terminó por soltar su oreja para ahora morder su pata. De su garganta salía una mezcla de gruñidos y ronroneos, esperaba que Pluma de Miel estuviese analizando atentamente cada uno de sus movimientos de lucha, ¡Seguro quedaría impresionada! Y quizá la elegiría a ella y no a su hermana, como lo hacía Cola Floral todos los días.
Pequeña Jazmín terminó por dar una vuelta en sí misma, para finalizar su demostración. Miraba a Pluma de Miel con los ojos bien abiertos y las orejas bien erguidas, ensanchando su pecho en orgullo. 《Anda, dime que lo hice genial, por favor》 pensó la cachorra mientras alineaba su cola pulcramente alrededor de sus patas.
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Florecita intentó resistir cuando su hermanita se abalanzó sobre ella. Dio lo mejor de su pequeño cuerpo para defenderse y empujarla, pero no podía. Su corazón empezó a agitarse, únicamente pudiendo soltar chillidos de dolor y frustración.
Una vez Pequeña Jazmín terminó de jugar con ella, Florecita se sentó y sacudió su cabeza, finalmente aplanando sus pequeñas orejas como gesto de angustia.
—Yo no quiero pelear... No quiero que nadie me lastime, ni lastimar a nadie...—
Miró sus patitas delanteras con pena. Para ella, su mamá tenía razón. El trabajo de un curandero es muy noble, siempre ayudando y protegiendo al clan sin la necesidad de pelear. Quizá pelean a su manera, o eso le dijo su mamá una vez, aunque no lo entendiera del todo. Es un sacrificio digno de admirar.
Florecita dejó salir un pequeño suspiro afligido y dirigió sus grandes ojos verdes hacia el rostro de Pluma de Miel, buscando comprensión ante su postura.
Además, por un lado, Florecita se sentía culpable por escapar de la guardería sin decirle a su madre. Luego se vería obligada a contarle la verdad, pensó. Pero no podía apartar el entusiasmo que le causaba la posibilidad de aprender de Pluma de Miel. Empezó a soñar despierta con la imagen de ella misma cuidando de su mamá. Sería una gran manera de demostrarle que ella también la quiere mucho.
Última edición por Florecita el Mar Jun 25, 2024 6:16 am, editado 1 vez
Pluma de Miel tomó una profunda inspiración, la mantuvo y luego la soltó, aferrándose a todo el autocontrol que tenía para no patear a las dos fuera de su guarida y de vuelta a maternidad. Eran demasiado jóvenes como para ser merecedoras de uno de sus sermones; y, además, educarlas era cosas de sus padres, no de ella, que ya tenía suficiente con todo lo que quedaba de clan.
Por ahora las dejaría estar, más tranquila al ver que sólo estaban de visita, pero ya buscaría un ratito para hablarle a Cola Floral al respecto.
A pesar de lo que tenía Pequeña Jazmín de revoltosa, saltando de una conclusión a la otra, no era un dúo molesto de recibir. Ella también fue así de pequeña, parlanchina y valiente; no tenía nada de malo… Quitando que era Florecita a la que le tocaba pagar las consecuencias, claro.
La curandera las vio enzarzarse en batalla (si es que se podía llamar así al descarado ataque), pero no intervino para separarlas, a pesar de la ferocidad de la blanquecina. Simplemente soltó un suspiro divertido y se sentó donde estaba, observando el espectáculo que le traían ya desde horas prontas de la mañana.
—Hay que ver…—murmuró, al poco de ver cómo al fin se separaban.
Sintió un poco de pena por Florecita, pero el carácter de su hermana le haría bien en unas cuantas lunas. Pues a la atigrada le encantaría poder salvarla de la violencia intrínseca a la vida de un guerrero, pero hacerlo era algo completamente diferente a quererlo.
—Ser guerrera no significa que tengas que hacer daño a nadie —acercó su pata a la pequeña para ordenar un poco su pelaje, revuelto por la pelea—, ni que vayas a vivir muchas aventuras…—añadió, aprovechando que Pequeña Jazmín estaba atenta para darle un toque en la nariz con su dedo.
Retrajo su pata y echó su cola alrededor de sus traseras. No es que hubiera podido hacer mucho para dejarla tan peinadita como venía, pero tratar con cachorros fuera de su especialidad no era uno de sus fuertes.
—No estoy buscando aprendices por ahora, así que en eso voy a tener que darle la razón a vuestro padre—aunque no le complaciese.
¿Sabría Estrella Rota sobre su decisión de esperar? Todavía no le había dicho a nadie que quería seguir los pasos de su mentor, esperar una señal Estelar que la llevara a su primer aprendiz.
Si llegaba el día que se hacía vieja y esa señal no había llegado, estaría dispuesta a tomar un aprendiz interesado. Pero todavía era joven y le faltaba experiencia... Dejaría que el Clan Estelar decidiera por ella, hasta que no le quedara otra que fiarse de su propio instinto.
—Pero, oye, vosotras sois las únicas que podéis decidir el tipo de guerreras que sereis, peques. Y, en mi opinión, ya vais muy bien encaminadas—maulló, observándolas por unos segundos antes de continuar—. Os quedan todavía unas cuantas lunas de entrenamiento, no os tenéis porqué apresurar todavía.
Pluma de Miel había sido aprendiza de guerrero una vez, aunque fuera por breve, así que sabía el muermo que era toda la planificación.
Las cachorras no sabían lo que se les venía encima, pero prefería que mantuvieran esa inocencia todo lo que pudieran.
Mientras tanto...
—¿Sabéis qué? Aunque no pueda tomaros como tal, no me importaría enseñaros un poquito lo que es ser curanderas, para que vayáis más preparadas que nadie—alzó el mentón, dándose un aire importante—, ¿Qué os parece la idea?
—¡Menudo aburrimiento es esperar! —suspiró la cachorra bajando sus orejas con pena. Ella quería salir de una vez de la maternidad, vivir algo emocionante que no fuesen únicamente juegos. No era secreto que ella quería hacer algo importante de su vida, servir a su clan no solo como una simple guerrera, sino algo más. Como curandera, quizá, pero no le parecía que hubiese tanta acción en ello como su madre le había planteado.
—¡Sí, muéstranos qué es ser curanderas! —exclamó ante la sugerencia de Pluma de Miel. Sus ojos brillaron nuevamente ante la idea de hacer algo útil, además de simplemente esperar a que las estaciones pasasen y así recibir su nuevo nombre de aprendiza—. Quizá algún día me tomes como aprendiz, a que sí, Pluma de Miel. Estoy segura de que te encantaría algo de compañía, aquí es algo... solitario —Pequeña Jazmín se sacudió los omóplatos, tanto silencio y vacío le daba escalofríos, realmente no sintiéndose del todo cómoda allí; estaba acostumbrada al bullicio, al juvenil movimiento enérgico de la maternidad. Allí se sentía algo extraña, pero no iba a rechazar la oferta de Pluma de Miel, ¡Se adelantaría más que cualquier otro aprendiz, y sabría más que cualquier guerrero!
Corrió hacia una esquina con impaciencia, lista para empezar su labor.
—Aquí has de tener miel, ¿Verdad? —preguntó con curiosidad— Jamás la he probado, pero he escuchado que es muy dulce y deliciosa, casi más que una presa. Aunque de esas tampoco he probado...— musitó la cachorra, algo avergonzada.
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Florecita enderezó las orejas y escuchó con atención las sabias palabras de la curandera, sentadita en su lugar. Mientras su hermanita se movía y maullaba con energía como siempre lo suele hacer, Florecita se aquietó, sumergiéndose dentro de su mente. ¿Será que todo este tiempo entendió mal lo que significa ser guerrero, o lo que significa ser curandero? Ya no sabía si aún debía aferrarse a las creencias de su madre. Lo pensó por un momento. Podría ser que la vida de un guerrero no es tan dura como pareciera, podría ser que no tendría que pelear siempre. Pero nuevamente recordó a su madre, junto con sus numerosas advertencias. Su pelaje se erizó desde las orejas hasta la punta de su pequeña cola al darse cuenta de que, cada día, ese futuro se acercaba aún más. Y con más razón le temía ahora, pues siendo los grandes guerreros de mucho mayor tamaño que ella, jamás podría imaginarse a sí misma peleando con alguno de ellos.
Sacudiéndose el miedo de su pequeño cuerpo y tratando de escapar de sus abrumadores pensamientos, demasiado grandes para una pequeña cachorra, volvió a la realidad en cuanto su hermanita le preguntó algo a Pluma de Miel. Disimulando, con un poco de pena, que estuvo absorta en sus pensamientos hace tan solo segundos sin enterarse de nada, siguió a Pequeña Jazmín, para no quedarse atrás. En un rincón, pudo visualizar y olfatear unas hojas de un color verde vivo junto con unas flores de pétalos tan azules como el cielo en plena Hoja Verde, que se le hicieron familiares en un instante. —Éstas se las diste a mi mamá antes, ¿Verdad...?— Le maulló con curiosidad a Pluma de Miel, apuntando con una pata delantera el montón de hojas de borraja.
Entendía la impaciencia, ella había sido igualita no hace mucho tiempo atrás. Decirla que se calmase y que todo llegaría a su debido tiempo no serviría de nada, pues poco le había a ella cada vez que Mirada Afilada se lo había intentado inculcar. No, era una de esas cosas que tendría que comprender ella solita en algún momento (y ojalá no muy pronto).
—Oh, no suelo estar aquí todo el día —comentó con calma antes de frenar ante la pared-almacén, echándole un vistazo rápido a los salientes—. Si no hay nadie a quién tenga que cuidar, suelo estar fuera con mis amigos… O con los veteranos. Están deseando que seáis aprendizas para que vayáis a visitarlos —sus bigotes temblaron con humor, recordando la emoción con la que Pelaje Arenoso hablaba de las historias que les iba a contar cuando les tocase ir a ayudarlos con sus lechos.
No quedaban tantos veteranos como cuando ella era más pequeña, así que entendían que se sintieran más solos. Pluma de Miel no necesitaba ir a que le hicieran compañía a ella, pues solita se las apañaba para hacer planes, pero la felicidad que les daba que alguien fuera a charlar con ellos era suficiente para tenerla allí casi todos los días.
Mantuvo su atenta mirada sobre las cachorras, vigilando que no toqueteasen mucho el montón de plantas que tenía en el suelo. No había nada que pudiera hacerlas mayor mal que un posible dolor de estómago, pero era un poquito posesiva con sus reservas. Mala costumbre.
—¿Miel? —la pregunta de Pequeña Jazmín revotó en su mente, percatándose de que no tenía una respuesta inmediata. Alzó la vista a un saliente particularmente alto, que era en el que solía poner los remedios más “golosos” para evitar ladronzuelos… Jóvenes y adultos por igual—. Puede ser… No he salido a buscarla todavía, pero a lo mejor me queda algo de la última vez —murmuró la última parte.
La gata trepó por los salientes con practicado cuidado, sin pisar las hierbas y semillas que había almacenados. Como sólo iba a revisar, tan sólo subió un par de pasitos antes de apoyar sus delanteras en la pared y asomar la cabeza.
Pues no parecía ser que le quedara ni un po-qui-to…
—¿Hm? —sus orejas se giraron antes que su cabeza, echando un vistazo a lo que apuntaba Florecita. Tardó un poquito en situar la borraja, pero sus ojos brillaron encantados al ver el montoncito—. Uuh, que buen ojo —silbó—. Se llama “borraja”, y sirve para que las mamás tengan leche más rica para sus cachorros. No todas lo necesitan, pero la vuestra tiene que tener lo mejor de lo mejorcito —sonrió.
Lo que no era mentira, pero sí una verdad parcial. Había muchas reinas que requerían un empujoncito por lo que fuese; porque les costaba producirla solas, porque no tenían leche para la cantidad de cachorros en su camada, porque simplemente querían que no les faltase de nada a sus pequeños… Había muchos factores. Pero, ¿Cola Floral? Ella había sido iniciativa suya. Ya que por fin tenía aquello que tanto le había costado conseguir, era su deber ayudarla en todo lo que podía.
Pluma de Miel bajó de vuelta al suelo.
—Florecita, ¿puedes sacarlas del montón, por favor? Arrastra todas las que veas con la flor hacia ti, que las vamos a poner con las que tengo en la pared —le dio su primera misión del día. Había algunas a las que se le había caído la flor por el camino, pero ya terminaría ella de rebuscarlas cuando se hubieran ido las cachorras.
La gata se acercó a la pequeña para ver que lo tenía todo a mano y que no había nada peligroso para ella entre todo el hierbajo. Y sin nada que le llamase la atención, llamó:
—Y tú, Pequeña Jazmín, me vas a juntar las que tienen esta flor tan grande —sacó una de la pequeña pila—. Esta es un “diente de león”. Seguro que no la habéis visto antes, pero si alguna vez quieres probar la miel, es necesaria por si te encuentras alguna sorpresa desagradable en los trozos de panal —se apartó para darla espacio a situarse—. O, bueno, también la necesito yo para cuando voy a buscarla. Cuando seáis más mayores, os enseñaré a buscar miel para que me ayudeís, también.
Quizás se estaba motivando un poquito más de lo que debería. Al fin y al cabo, no creía que ninguna de las dos acabase bajo sus enseñanzas.
¿Cuánto hacía que hablaba con alguien que compartía sus conocimientos? ¿Una luna? Si acaso contaba como conversación un breve intercambio de palabras con el curandero del clan vecino, vaya.
Ah, la vida.
La pequeña blanquecina asintió con la cabeza.
—No entendí —sacudió la cabeza— ¿Cómo podrían guiarnos estas flores hacia la miel?— Rascó su oreja con su pata trasera, pero no rechistó a la hora de hacer la tarea. Sus pequeñas zarpas la guiaron hacia la pila de presas de Pluma de Miel. El pelaje de su cuello se erizó ante la idea de tener su primera tarea importante, y Pequeña Jazmín sonrió ampliamente antes de comenzar a separar las hierbas sin delicadeza alguna, buscando algo de color amarillo entre tantas fragancias y tintes.
Sus pequeñas garras estaban envainadas, pero la brutalidad con la que Pequeña Jazmín trataba las hierbas hacía que las hojas comenzaran a quebrarse y a derramar pegajosos jugos. Tras un par de segundos, la gata pudo separar todas las flores de delicados pétalos amarillos, y los recogió con la boca, logrando un gran ramillete.
—Pwuma de Miew —musitó, pero tras pronunciar esas palabras, sintió el asqueroso jugo de los tallos de la flor en su lengua, y escupió el ramillete de forma inmediata— ¡Puaj! Eso no supo nada bien—la cachorra empezó a relamerse y a sacar la lengua.
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Florecita empezó a estudiar el montón de borraja, y separó una por una según lo que le fue pedido. Una vez acabó, recogió con su pequeño hocico todas las que poseían la flor azul, tal como dijo Pluma de Miel. De repente, sintió que eran muchas, demasiadas, y casi se le escapaban un par. Así que presionó lo más ligero que pudo con sus dientes tratando de tener la delicadeza suficiente, y aún así, accidentalmente quebrando un par de tallos y dejando que se derramara un poco de jugo dentro de su boca y también sobre el suelo. Arrugó levemente su nariz en disgusto por el sabor amargo del jugo, pero respiró profundamente, tratando de soportarlo. Luego, giró su cabeza hacia su hermana, esperando, como consuelo, que a ella también le hubiese pasado lo mismo. Y una vez lo confirmó, sus pequeños bigotes se sacudieron con gracia. No estaba sola en este pequeño accidente.
Sin embargo, pronto sintió el pecho pesado con culpa cuando recordó que estas no eran unas hierbas cualesquiera, sino unas que Pluma de Miel buscó y recogió con mucho esfuerzo. Achatando las orejas y cabizbaja, dejó salir un chillido de pena y dejó abajo las plantas de borraja para no lastimarlas más. —Lo siento, Pluma de Miel. Sin querer rompí algunas...—
Y, en más de una manera, Pluma de Miel podía compadecerse de las pobres abejas. A ella también le molestaba cuando, después de unas cuantas tardes saliendo en busca de sus reservas, tenía a dos chiquillas mancillándolas torpemente en apenas unos instantes.
Pero, para suerte de las hermanas, ella era mucho más benevolente que las abejas, que a estas alturas ya las tendrían picadas hasta las orejas. Porque errores de fuerza los hacía ella también… Y verlas arrugar las caritas con el amargor de los jugos que desprendían las plantas era suficiente recompensa.
Que suerte tenían los cachorros de ser tan lindos.
—No te preocupes, Florecita —negó suavemente con la cabeza, alcanzando ambos montoncitos con su pata para acercarlos a ella. Un par de cabezas pequeñas de diente de león se desprendieron al rozar contra el suelo, pero la atigrada no les dio mucha importancia—. Sois pequeñas todavía, es normal que pase. Yo también rompí muchos tallos la primera vez que hice esto, pero al final aprendí cómo tratarlos bien.
La tendrían que pagar con decenas de sus presas favoritas para que confesara, pero la realidad era que estuvo estropeando remedios hasta sus trece lunas; “excesivo”, lo había llamado en ese entonces su mentor, en varias de sus reprimendas de que tuviera más cuidado con las cosas.
Así que, por mucho que le fastidiase, sabía que poco tenía que hablar de dos cachorras tan jóvenes.
—Eso sí…—empezó en lo que agachaba su cabeza para tomar los ramitos—. Si queréis ser aprendizas de curandero, tenéis que saber que casi todas saben así de mal. Y luego, cuando tratas a un paciente, las tienes que masticar tú —y sonrió antes de tomarlos uno por uno, acercándolos a las piedras donde tenía su almacén.
El mismo sabor que a ellas les había resultado tan desagradable, ella ya lo tenía más que asumido. No todas las tenía que masticar el curandero, pero había ciertos días en los que la mandíbula ya no le daba a más, o en los que las papilas gustativas se nublaban tanto que una no podía disfrutar de la comida durante unos cuantos días.
No era lo habitual, pero a todos les gustaba presumir un poquito de lo difícil que era su trabajo.
—Gracias por ayudarme, chicas. Ya podéis decir que habéis hecho una tarea de curandero —añadió, con intención de alimentarles el ego.
—Lo hicimos muy bien, ¿A que sí? —el pecho de Pequeña Jazmín se hinchó con orgullo, y extendió sus flancos como lo hacía su padre al demostrar felicidad—. No le dirás a Cola Floral que escapamos, ¿Verdad?— ahora la gata sonaba algo más apenada, pero un escalofrío recorrió su cola hasta la punta de sus orejas—. Pero le dirás que soy muy buena cachorra, y que debería ser tu aprendiz, ¿Verdad?— Pequeña Jazmín amargó su sonrisa un momento y se corrigió— Que somos buenas cachorras.
La cachorra se acercó a su hermana y le susurró al oído: —Florecita, ¡Torpe! Haz estropeado las hierbas de Pluma de Miel —la cachorra frunció el ceño—. Seguro que mamá sabría que esto pasaría y por eso no nos dejaba salir— la cachorra pareció cabizbaja y algo triste, parecía algo absorta en sus pensamientos, pero definitivamente se podía ver la tristeza en su expresión.
No era raro en Pequeña Jazmín pasar de la euforia a la tristeza con rapidez, por lo que no debía de ser tan desconcertante tenerla con los ojos empañados de la emoción de repente.
—¡Quiero a Cola Floral! —comenzó a chillar la cachorra.
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Después, cuando le explicó que todas tenían ese sabor, no pudo evitar dejar salir una pequeña mueca de disgusto. Pero se puso pensativa, y concluyó en que valdría la pena si podría implicar ver a su mamá feliz.
Una vez acabada la encomienda, y para su sorpresa, Pluma de Miel les agradeció y elogió. Florecita sintió cómo la alegría punzó su corazón como una espina, y sonrió con los ojos entrecerrados.
Sin embargo, su entusiasmo y felicidad no duraron mucho, pues lo que le susurró su hermanita al oído, causó que se pusiera cabizbaja nuevamente. Dejó escapar un "Lo siento" en un diminuto maullido suave y afligido, aunque en su cabecita tenía un dilema porque, antes Pluma de Miel les expresó que estaba bien, que era normal cometer tal error, y que incluso ella misma lo hizo.
Y entonces, Pequeña Jazmín comenzó a chillar llamando a por su mamá, resultando en que Florecita se angustiara aún más, inconscientemente agachándose y haciéndose más pequeña, abatida.