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Ambientación

Estación de la Hoja Caída ⸺ 19°C a 10°C

Los colores del paisaje comienzan a volverse anaranjados y marrones, y las hojas de los árboles comienzan a desprenderse de las ramas, cayendo sobre los territorios del bosque. Los guerreros se ponen más malhumorados de lo normal cuando sienten las frías brisas recorrer sus espinas, con la premisa de una estación más dura que la anterior. Incluso los Cuatro Árboles, que usualmente imponen respeto, ahora lentamente dejan caer sus hojas ante la mirada del Clan Estelar, quien está seguro que esta estación será dura para sus clanes, pero nada fuera de lo normal.
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Pluma de Miel
Pluma de Miel
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Así que… El camino de las estrellas. Fuah.

Pluma de Miel sintió un tic nervioso en su oreja, y giró la cabeza para mirar al cremoso con visible fastidio. Él se quiso hacer el despistado, pero no le dejaría escaparse ya por tercera vez.

Pero, ¿te quieres callar ya? ¡Cara Sapo! Que me interrumpes la memoria—gruñó antes de volver el rostro al frente, cerrando sus ojos para concentrarse en el borroso camino que aquel extraño sueño había dibujado en su mente.

Bueno, bueno, tranquilita… Si yo te estoy intentando ayudar, ¿no ves que soy un experto? —replicó Diente de Campañol, sacando pecho.

La curandera resopló, intentando mantener un semblante serio, aunque el orgullo que sentía el guerrero por sus "malos hábitos" no fallaba nunca en hacerla reír. Pero es que quería verse seria, ¡esto era serio! ¡Un mensaje especial!
Sabía que ese sueño hace un par de días no podía ser sólo un producto de su mente. Había sido demasiado vívido, sus patas aún ardientes por el roce de la tierra negra del sendero atronador al despertar. Ya había tardado demasiado en reaccionar, hablando con Estrella Rota y tratando de dormir otra vez en caso de que la pudiesen mostrar algo más, aunque al final resultase en nada.
Ese nido… Con tantas jugosas plantas, ¡podrían tener reservas por cinco vidas más, si se descuidaban! La tierra había sido benevolente con ella a principios de la estación, pero no había tomado tantas reservas como le habría gustado por temor a que no volviesen a crecer, caídas las estaciones más frías. Y, si bien estaba satisfecha con lo que había reunido, sería una grave falta pasar por alto una tan preciada oportunidad de abastecerse.
Pluma de Miel esperaba que hubiera algo más que su visión, algo que el Clan Estelar quisiera que viera en el hogar de los Dos Patas, pero estaba dispuesta a conformarse con lo que habían decidido ofrecerla.

Independientemente de lo que le deparara el futuro, la curandera había decidido ser precavida. Ir sola a un sitio en el que nunca había estado y, aún peor, sin saber exactamente donde estaba el jardín que buscaba, era buscar problemas innecesarios.
Así que, después de un par de consultas, allí se encontraba; dejándose llevar por sus sentidos a través del bosque, y acompañada del gato que conocía el poblado mejor que nadie. Era un poco toca-bigotes, pero ella sabía que lo hacía con toda la intención de ayudar (mas no por eso le daban menos ganas de tirarle de las orejas).

Tenemos que estar cerca, se huele la mugre del sendero atronador desde aquí. No sé cómo te puede gustar andar por ahí —su cabeza tembló con disgusto en cuanto el desagradable olor se asentó en su paladar.

No me gusta, ¿vale? Pero merece la pena—respondió Diente de Campañol—. Si tu vieses la comida… Ay, si tu vieses la comida… ¡Ay, y si vieses a las caseritas! Son guapísimas... Una de esas te quitaba a ti todas las penas, ¿eh? —el gato esbozó una sonrisa pícara, y le dio un toque a su prima con el muslo.

Toque que casi la hace tropezar y comerse la tierra, con la fuerza que tenía el otro casi sin darse cuenta. La hembra se sacudió con rabia y, en parte, vergüenza.

Ya, y luego el Clan me arranca la cola pelo a pelo… Gracias, pero paso—rodó los ojos, adelantándose un poco a su acompañante. Estuviera o no enterado el Clan, conocía bien el código por el que se regían los curanderos y lo aceptaba con gusto. Nunca se atrevería a quebrantarlo… Aunque, dicho eso, no creía que mirar y tener un poquito de curiosidad fuera pecado.

Brechas al Código Guerrero aparte, el bosque ante ellos empezaba abrirse ante ellos. La densidad de la maleza comenzaba a disminuir, hasta que dio lugar a campo abierto y a los primeros avistamientos de las formaciones propias a los Dos Patas.
Sin la protección de la arboleda sobre sus cabezas, Pluma de Miel consideró que ya era hora de pasar el relevo, así que frenó y esperó a que el guerrero se le adelantase antes de continuar.

Ve delante de mía y yo te digo por donde—indicó, retomando la marcha una vez el macho asintió firmemente.

El dúo avanzó pegado a lo largo de la valla que ladeaba la zona al cortatroncos, adentrándose en territorio hostil.


✧Primera expedición — búsqueda de reservas [evento | Mono-rol CERRADO] Fixedduo

[…]

Estaba segura de que tenía que ser allí.
Recordaba los arbustos a los lados del sendero atronador, ¡la forma de las vallas! Pluma de Miel se pegó al costado de Diente de Campañol, instándole a tomar la siguiente curva. Llevaban caminando un buen rato sin mejor rumbo que vagas indicaciones de su parte y, en su mayoría, intuición del mayor.
El guerrero decía reconocer la imagen que su prima le había descrito, pero tan sólo de pasada; la zona por la que se estaban aventurando se escapaba de sus conocimientos, ya que prefería quedarse por los sitios que conocía en las ocasiones en las que visitaba el poblado.

Gira aquí a la derecha… Y… —la gata frenó en seco, llamando la atención de su acompañante.

Sus orbes melados se posaron a unas colas de distancia en dirección perpendicular a la que se dirigían, específicamente en un frondoso árbol que creía al lado de una de las casas. Trazó sus ramas, luego su tronco y finalmente dejó que su mirada recorriese la longitud de la valla blanquecina que rodeaba el recinto.
Ni siquiera tuvo que decir lo que estaba pensando, pues en cuanto giró la cabeza hacia Diente de Campañol, él ya la estaba mirando de vuelta con la misma sonrisa que inconscientemente se había formado en su hocico.
Lo tenían.

Ambos se apresuraron a lo largo del camino que bordeaba la tierra negruzca del fino sendero atronador que partía el terreno entre cada hogar Dos Patas, evitándolo hasta que no les quedó otra que cruzarlo para acercarse al lugar al que les había llevado aquel extraño sueño.
Pluma de Miel se adelantó en carrerilla, dio un brinco lo suficientemente alto para aterrizar sobre uno de los postes cuadrados de la valla, y miró a lo que había más allá de la alta barrera que había conquistado con los ojos que le hacían chiribitas.
Nébeda, matricaria, perifollo… ¡Todo, todito! ¡Dónde había estado aquel lugar cuando más lo necesitaban, por el amor del Clan Estelar! No era tan aficionada a las hierbas curativas, pero su corazoncito de curandera palpitaba con fuerza ante tan hermoso panorama. Ya se estaba imaginando las grietas de su guarida, tan rebosantes de reservas que hasta se le escaparían de su sitio.

¡Estamos resueltos de por vida, Diente de Campañol! —maulló, cautivada.

Hggh-… Espera, que ya casi-…—respondió el susodicho, en una voz rasposa. Él no había tenido la misma gracia que la hembra al saltar y se había quedado a medias, aferrado al poste con sus garras y raspándolo con sus traseras hasta que pudo impulsarse hacia arriba—. Ahora… Fiuh. Cuánta planta, ¿no?

Todas las que queramos, gracias al Clan Estelar—cerró los ojos por un instante, nota de agradecimiento—. Venga, vamos a aprovechar que-…

¡Ah, ah, ah! —una serie de gritos secos y una patita blanquecina en las periferias de su campo de visión hizo que la gata, a punto de bajar a aquel jardín mágico, frenase en seco.

Giró su cabeza hacia el macho, confusa hasta que le vio apuntar al interior del cercado con su cabeza. Al principio, no sabía a lo que se estaba refiriendo, hasta que su atención recayó sobre una pequeña construcción, pegada a la pared del hogar.
Tenía pinta de ser una guarida, muy parecida a la de los Dos Patas, pero mucho más pequeña y menos compleja. A su lado había varios objetos que ella no reconocía, pero que el guerrero a su lado miraba con incertidumbre.

Perro —tragó saliva—. Esa es una guarida de perro, todos los Dos Patas que tienen perros, tienen una cosa de esas.

Perro. Claro que sí… ¡Claro que sí!
La curandera masculló maldiciones al aire, clavando sus zarpas en la madera. Eso no había aparecido en su sueño. ¿No era esa información importante que debería saber? ¿O es que el Clan Estelar era tan inexperto en asuntos de Dos Patas como lo era ella? No los juzgaría por ello, pero esperaba que la dejaran sentirse un poquito tonta en paz.
En lo que ella se quedaba en el sitio, mordiéndose la lengua y hundiéndose en el pesimismo, Diente de Campañol parecía estar pensando en cosas más productivas. Casi no se dio cuenta de cuando este bajó de la valla, de vuelta al lado exterior; hasta que le escuchó enrredar con algo y se giró a verlo, desconcertada.

¿Qué haces?

Mira, ven.

Si bien con un poco de indecisión, la gata abandonó su puesto para averiguar qué ratones estaba haciendo el cremoso, sintiendo cómo la curiosidad tiraba de sus bigotes al ver la tierra volar a sus costados. Aunque no fue hasta que se plantó a su lado, esquivando las bolas de hierbajos arrancados que estaba echando hacia atrás, que por fin pudo ver el pequeño hueco en la tierra debajo de la madera, justo en el que estaba metiendo sus patas.
La atigrada esperó a que se apartase un poquito para mirar más cerca, observando la luz del otro lado... Un túnel. Muy pequeñito, que apenas podía considerarse como tal, pero comunicaba ambas partes por debajo de la barrera.

Es que al venir me parecía haber visto algo raro en el suelo, pero con las prisas que traes, no me había dado tiempo a verlo bien —explicó el mayor mientras que la curandera examinaba la apertura en el suelo, palpando la tierra para apelmazarla—. Yo por ahí no quepo, pero si tu entras y me vas dejando las hierbas para que yo las saque… Pues mejor que estar saltando todo el rato, es, ¿no?

No era un mal plan. Sí, tenía miedo de entrar sola a un lugar donde cabía la mínima posibilidad de que hubiera una bestia con tan sangriento historial, pero era lo más sensato; ¿pues qué podría hacer Diente de Campañol por ella, en caso de que apareciese el dueño de la guarida? A parte de arriesgar su vida innecesariamente, pues a ella con correr y saltar la valla le sería suficiente para escapar de las fauces hambrientas de un sabueso.
El macho seguramente ya habría pensado todo esto, y simplemente estaba buscando la forma de decirlo sin que fuera incómodo. Y eso no estaba mal… ¡Era curandera, por el gran Clan Estelar! Ella era la primera que quería prevenir daños.
Ahora, tan sólo tendría que echarle un poquito de ganas.
Le dedicó una última mirada solemne al rubio antes de volverse al hueco y agachar la cabeza. Era más estrecho de lo que había esperado, pero no la costó demasiado estrujarse para caber. El hoyo en la tierra se extendía un poquito más allá en el interior del jardín, dejándola más tranquila al ver que sería más sencillo salir en situación de peligro.
Su mirada melada escaneó los alrededores con cuidado, atenta al mínimo detalle, en busca de ese pequeño movimiento que la alertara de alguna presencia; pero cuando este no llegó, se armó de valor para avanzar hacia el lugar donde se concentraban los remedios prometidos.
Porque, si una podía ignorar la tensión en el aire, aquel lugar estaba de poco a nada de ser un paraíso.

Pluma de Miel paseó entre las diferentes secciones en la que las plantas estaban distribuidas, viendo con asombro el buen estado en el que se encontraban. Había algunas que estaban tal y como se las encontraba ella en su territorio, pero otras se veían mucho más hermosas (estas, por casualidad, coincidían con aquellas de flor más vistosa). Observó que la forma en la que crecían era un tanto extraña, contenidas en áreas propias, algunas incluso limitadas por piedras rojas que creaban un recinto cerrado alrededor de sus tallos.
Parecía... Calculado. Querido.
Por un instante de claridad, se sintió algo culpable de siquiera pensar que quería llevarse algunas de estas plantas de vuelta al campamento. Pues tan ordenadito como lo tenía… ¿Y si esta era la guarida de un curandero Dos Patas? ¿Y si estas eran todas las reservas que tenían y ella se las iba a quitar? Sabía que al final su culpa se disolvería en el aire, porque ya había escuchado las tantísimas historias de la medicina milagrosa de los Dos Patas, que no tenía nada que ver a lo que ellos tenían en el bosque.
Pero oye, no estaba de más ser un poco consciente, aunque ya tuviese sus dientes puestos alrededor de unos jugosos tallos de perejil.

La curandera fue dando vueltas por el jardín, tomando un poquito de todo lo que no recordaba haber encontrado en cantidad por el bosque. Quería llevarse de todo lo que pudiese, pero sólo tenían dos bocas para llevar la carga sin perderla por el camino, así que debería conformarse con tomar un par de ramos, de momento.
Un distante golpe en el interior de la guarida de los Dos Patas la hizo estremecer en el proceso de terminar el primer ramo; pero, tras una pausa en la que no volvió a pasar nada, la gata volvió a lo que estaba. Al menos, hasta que los susurros de un tono familiar atraparon su oído.
Al principio eran inteligibles, pero según se fue acercando de vuelta a la valla, pudo distinguir la voz de Diente de Campañol llamando su nombre.

Pluma de Miel… ¡Pluma de Miel! —lo escuchó susurrar al otro lado, claramente urgente, pero lo suficientemente bajito como para que quedara en secreto.

Algo inquieta por el tono, la atigrada dejó el montoncito que había reunido a un lado del hoyo, bien pegadito a la valla, antes de agacharse por el túnel y asomar la cabeza al otro lado; quizás esperando que, en cuanto el otro le dijese lo que le tuviese que decir, podría volver dentro a seguir con lo suyo.
Sin embargo, cuando lo primero que vio al salir fue la expresión horrorizada del guerrero, su respiración se quedó atrapada en su garganta. Lentamente, giró su cabeza en la misma dirección en la que estaba mirando su primo, topándose de lleno con aquello que le tenía tan aterrado.

Creo que ya sé dónde está el perro…

Una enorme criatura, que perfectamente podría medir lo mismo que ellos dos puestos uno encima de otro, se encontraba mirándolos fijamente a casi medio árbol de distancia. Alternaba entre babear y mostrar sus dientes, hasta que pareció reparar en la presencia de la hembra, y el primer ladrido rompió el aire entre ellos.
Enfadado... Más grande que los dos... Y, lo más importante, suelto. Una pausa se extendió entre los tres, hasta que la adrenalina se asentó en sus patas, y se manifestó, en un grave chillido, lo que les había estado gritando su instinto.

¡CORRRREEEEEEE!

Como si fuera el grito de salida a una carrera, los dos gatos salieron disparados; y el perro, siguiéndolos a toda velocidad. Las patas de una curandera no estaban hechas para correr a esas velocidades, mucho menos lo estaba el cuerpo de un gato habituado a lidiar con los encuentros a manotazo limpio. Pero esto no era algo que pudieran negociar o a lo que se pudieran enfrentar cara a cara, no cuando un solo mordisco de esos afilados dientes podría destriparlos casi sin quererlo.
Pluma de Miel sentía su corazón latirle en la garganta, las orejas- ¡por todas partes! El camino de vuelta al bosque ya no era tan confuso, después de haber recorrido las calles del poblado de arriba abajo, así que la mejor posibilidad de sobrevivir aquel encuentro era llegar hasta allí, ¡y lo antes posible!
Entre el sonido de la sangre bombeando, podía escuchar los ladridos emocionados de la bestia, que cada vez se escuchaban más y más cerca.

¡LO TENEMOS PEGADO A LA COLA! —el grito desgarrador del mayor hizo sus tímpanos temblar, pero la hizo sentir lo más despierta que se había sentido nunca.

Podía ver las copas de la arboleda cerca, pero correr por la tierra áspera del sendero atronador era una sensación casi enloquecedora, como si se estuviese dejando las almohadillas en la materia y aquello le estuviese quitando velocidad.
Un poco más… ¡Sólo un poco más!
Esprintó a la zaga de Diente de Campañol, que había entrado por la apertura de la valla de un jardín Dos Patas, considerablemente más baja de la que habían tenido que enfrentar antes, pero lo suficientemente alta para considerarla un terror cuando ibas corriendo a toda mecha hacia ella. Pero el guerrero no tuvo que decirla nada, ni siquiera hacerlo él primero, pues el mensaje era claro, ardiente en sus extremidades:
Salta.
SALTA.

¡Ouf! —el aterrizaje no fue tan elegante como los solía hacer, con tanta fuerza que sintió el impacto recorrerle todo el cuerpo hasta la punta de la cola.

Al otro lado del jardín, el familiar olor del bosque la dio la bienvenida con la misma calidad que el abrazo de una madre. La hierba fresca bajo sus patas calmó el escozor de sus patas adoloridas, obligándola a reprimir un quejido abrumado por el cambio de temperatura.
Los ladridos y aullidos de su perseguidor hacían eco a lo lejos, revelando que no se habría atrevido siquiera a entrar al jardín ajeno. Tan altos, tan frustrados, que apenas pudo escuchar los quejidos del cremoso bajo todo el escándalo.

Urghh… ¡Cagarrutas de ratón! —bufó, tendido en el suelo a un par de colas de distancia de la joven.

A simple vista todo parecía estar bien, pero cuando lo vio ponerse en pie y encogerse al apoyar una de sus patas traseras, supo que él no había tenido tanta suerte con su salto.
Se apresuró a su lado, enganchándole la pata al omóplato para que no se moviese, a pesar de sus protestas. La buena noticia era que no parecía estar rota, pero hasta que no pudiera mirarla detenidamente, no sería capaz de darle un diagnóstico formal.

Vamos al campamento a que te trate esto —concluyó entre respiraciones pesadas, sin recuperarse aún de los efectos de la persecución.

Pero, las plantas-

Nada, nada —negó con su cabeza, apoyando su costado contra el de su primo, ofreciéndole un poco de soporte—. Tú… Tú por eso no te preocupes, ya luego veré como arreglo eso. Primero hay que arreglarte a ti.

Intentó sonar segura, dando un paso hacia adelante para animarlo a seguirla. Pero Diente de Campañol estaba herido de una pata, no de los ojos. Podía ver la angustia en esos orbes melados, el miedo de regresar al campamento con la boca vacía, de perder la oportunidad que las estrellas la habían concedido.
El macho permaneció quieto en un breve gesto de rebeldía, que no le duró mucho al percatarse de que tampoco es que pudiese hacer mucho por ella en aquellos momentos. Podrían haber vuelto a por alguna cosilla, de no haberse chocado la pata con la valla al saltar; pero nada podía cambiar el pasado, así que el mayor favor que podía concederle era la subordinación. Se dejó llevar, dando pequeños saltitos para mantener su pata en alto.

Era prioridad regresar al campamento y tratar al guerrero, hasta ahí lo tenía muy claro; pero aun así no pudo evitar echar un vistazo hacia atrás. A los techos de las guaridas de los Dos Patas, a las vallas que podía discernir entre los huecos entre hogares, al laberinto de caminos trazados en tierra oscura allá donde no alcanzaba su vista.
Y luego, la regresó a las profundidades del bosque ante ellos.
Todo a su debido tiempo.